(Debido a problemas con la aplicación de Scribus que no me dejaba guardar la historia ya terminada... Os pongo la historia y su ilustración aquí)
De acuerdo, vale. Lea le tenía miedo a la oscuridad.
No es como si fuera culpa suya. ¡Claro que no! Pero no podía evitar el terror irracional que la invadía cuando su madre le daba el beso de buenas noches y la arropaba, cuando llegaba la temible hora de apagar la luz. No había cosa que deseara más (bueno, tal vez que las espinacas dejaran de existir. Puaj), que librarse de las pesadillas que no la dejaban ni una noche. Y lo peor, es que no podía decírselo a nadie porque se reirían de ella.
Aunque a veces no era tan malo (había un monstruo peludo y de ojos rojos que se parecía más a su osito de peluche Archer que a lo que debería parecerse), otras, desafortunadamente, sí lo eran.
También había uno del cual había distinguido una calavera, una cola de escorpión y unas pinzas de cangrejo. Habría resultado amenazador si no fuera porque era demasiado gracioso a la vista. Aún así, Lea tenía cuidado cuando él andaba cerca. Había decidido llamarle Chris, porque era como su compañero de clase. No molestaba en lo más mínimo, pero sabía dar alguna que otra sorpresa cuando menos se lo esperaba uno.
Frunció el ceño. ¿Iría esa noche? La niña creía que no, porque hacía demasiado que no había visto a la temible lagartija con sus afiladas garras y su reluciente dentadura (gracias el cielo, pero le preocupaba no saber si volvería pronto para compensar la ausencia). No olvidaba el sonido de sus dientes chocando entre sí, masticando lo que parecía ser los jirones de una camiseta. Lea esperaba que no fuera más que una camiseta destrozada.
Sintió de repente el ya familiar escalofrío que la avisaba de la entrada de uno de los seres a su sueño. Cruzó los dedos para que no fuera la serpiente gigante, y esperó, inmóvil, su llegada.

No hay comentarios:
Publicar un comentario